“Escudriñad las Escrituras;
porque a vosotros os parece que en ellas tenéis
la vida eterna; y ellas son
las que dan testimonio de mí; y no queréis venir
a mí para que tengáis vida”
Jn. 5:39,40. (IV).
Las frecuentes
discusiones de los teólogos europeos y norteamericanos sobre revisiones y significado
de la historicidad respecto al contenido de la Biblia o Sagradas Escrituras del
judeo-cristianismo, y otros tantos temas del ser y saber del género humano que
se remiten a ésta. Sucede que últimamente, entre otros, uno de ellos ha
planteado que, en el fondo, la mejor comprensión de su contenido debería ser
considerada de conformidad a un orden cronológico en tanto proceso gradual de
la Revelación –esa libre voluntad del Creador- de darse a conocer a Su criatura
humana.
Según Karl Barth,
Teólogo de la Universidad de Basilea, Suiza, siglo XX, plantea que tal orden
es: Jesucristo – Biblia – Iglesia. Ello,
porque Jesucristo es Supremo a todas las Escrituras Reveladas; y, esto, en
plena concordancia con Lutero, quien dijo: “Toda la Biblia de principio a fin,
trata de Cristo”. La Biblia, en segundo lugar, porque es el fidedigno registro
escrito de la Palabra de Dios en cuanto inspirada por Él a “Moisés, los profetas y los salmos”
(Lc.24:44). Tercero, la Iglesia, fundada por Jesucristo (Mt.16:18) que es
la comunidad cristiana local que asume reverente y pedagógicamente la
transmisión de la Palabra de Dios a creyentes y a cuantos quieran creer. O sea,
se sostiene y se presenta aquí la unidad lógica del proceso progresivo de la
Revelación histórica de Dios al mundo.
En nuestro texto,
Jn. 5:39,40, encontramos a Cristo valorando la importancia de la Biblia ante
los propios judíos, y precisamente en lo que es su contenido fundamental: “la
vida eterna”. Pero eso todavía no había sido descubierto por ellos. Es más. Dicho
contenido ya antiguamente revelado, sin embargo, aparece aquí lamentablemente ensombrecido
y resistido. Les dijo: “a vosotros os
parece que en ellas tenéis la vida eterna”. Por eso, les recomienda: “Escudriñad las Escrituras”, estudiarla
cuidadosamente, de tal modo que desde el puro y simple “parecer”, pudieran
llegar así a la firme convicción de “que
en ellas tenían realmente la vida eterna”. Además, les confirma diciendo: “ellas son las que dan testimonio de mí”, pero seguida de una observación negativa
hacia ellos al señalarles: “y no queréis
venir a mí para que tengáis vida”. Se trata aquí de la “vida eterna” en la
eternidad, esto es, la sobrevivencia consciente en el más allá de esta vida; y
que no surge del conjunto de las hojas de papel o de los pergaminos, sino del
conocimiento y poder del Espíritu y Palabra de Dios.
De estas
observaciones podemos concluir que no es la primera vez que Jesucristo se
preocupa de la correcta interpretación de la Biblia y de cómo de ella fluye la promesa
de: “vida eterna”. Pues Jesucristo es el Autor y Supervisor del proceso mismo
de la composición histórica de las Sagradas Escrituras, de tal modo que sólo de
ellas puede decirse que es la Palabra de Dios. En su lamento sobre Jerusalén,
dijo: “¡Que matas a los profetas, y
apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos
como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” Mt. 23:37. Significa que la historia del
pueblo de Israel, Él la tuvo siempre a la vista desde el comienzo. Observó sus
rebeliones y desatinos del pasado, por lo que lamenta diciendo: “¡Cuantas veces quise juntar a tus hijos…y
no quisiste”. Porque Él es Verdadero Dios y Verdadero Hombre. Por eso, con
frecuencia se refiere a Sí mismo indistintamente como el Hijo de Dios y el Hijo
del Hombre. Es más. Les declara: “Antes
que Abraham fuese, yo soy” (Jn.8:58). Y en Jn. 17:5, Oró así, antes de ir a
la Cruz: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que
tuve contigo antes que el mundo fuese”. Perdura su mandato: Escudriñad la Biblia, creed y tened “vida
eterna”.
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