Cristo el Señor, dijo: “De
cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene
vida
eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida”. Jn. 5:24. (I).
Cristo el Señor, les estaba hablando a personas que estaban ahí, que lo
estaban escuchando atentos, viéndolo, todos plenamente conscientes a lo que
Jesús hablaba y enseñaba. Sin duda, muchos y a lo mejor todos, deben haber
sentido y pensado de que Él -aquí, en este momento- estaba diciendo algo
extraño, contradictorio, cuando dijo: “más
ha pasado de muerte a vida”. Porque todos ellos -como dijimos- estaban en
vida como nosotros, y no en estado de muerte física.
Entonces, el Señor Jesús está hablando aquí de otra clase de muerte, de
la muerte espiritual, de aquella muerte en que cayeron Adán y Eva, nuestros
primeros padres, cuando Satanás los engañó, allá en el huerto de Edén diciendo
que: no morirían al comer del fruto prohibido por el Creador. Porque
originalmente, Adán y Eva, hablaban con Dios, caminaban con Dios, eran
plenamente felices en esa comunión familiar de hijos del Padre Eterno, viviendo
y disfrutando del permanente Amor del Creador; no sabían de fe, ni de esperanzas,
como nosotros hoy. Eran seres íntegros, perfectos, plenos. Pero fatalmente
desobedecieron aquella prohibición que medía su capacidad individual para cumplir por sí y ante sí un mandato de Dios,
de tan fácil entendimiento como la clara prohibición de que: “el día que de él comieres, ciertamente
morirás” (Gn.2:17). El entendimiento de la advertencia es claro y la
consecuencia de la posible desobediencia, también es clara. Es decir, aparece
aquí la cuestión de mérito o culpa de los actos personales, cuestión de la
libertad en el marco del conocimiento específico y del dominio propio.
Adán y Eva: erraron al blanco de
la obediencia, pecaron, comieron del fruto prohibido: “Entonces, fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban
desnudos”. Adán debió contestar dos preguntas a Dios: ¿Dónde estás tú? y ¿Quién
te enseñó que estabas desnudo? Él respondió: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo, y me escondí”
(Gn.3:1-15). Tal vez, antes de
aquella caída, ellos estaban revestidos de un aura de luz que los cubría.
En cuanto, a nuestra condición actual como creyentes: “creados en Cristo
Jesús” (Ef.2:10), dice San Pablo: “Y por
esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación
celestial, pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos” (2 Cor.5:2,3).
Aprendemos que es mucho más vergonzosa y grave la desnudez espiritual ante
Dios.
Volvamos a Jn.5:24, dice: “El que
oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna”. Nótese entonces las
dos condiciones para tener la “certeza de la vida eterna”: primero, oír la
Palabra de Cristo; segundo, creer al que Lo envió. Significa: saber hoy quien
es el Cristo de los Evangelios y creer en Dios el Padre quien lo envió a este
mundo como Salvador. Por eso, dijo también a continuación, a los que con Él
estaban: “De cierto, de cierto os digo:
Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y
los que la oyeren vivirán” vr. 25. Dice: “y ahora es”, cuando los que están
espiritualmente muertos oirán la voz
del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán”; luego, significa que los que
allí estaban con Él, y oyeron su voz y si creyeron que era y es el Hijo de
Dios, en ese mismo momento “pasaron de
muerte a vida”, porque dijo “y ahora es”. ¿Quieres tú tener la certeza de
la vida eterna más allá de este mundo? “Ahora es”, cuando puedes tenerla y “pasar de muerte a vida” aquí y ahora, si crees de todo corazón en el Cristo
del Evangelio de Dios, del Evangelio de la paz, del Evangelio Eterno (Ro.1:1;
Hch. 10:36; Apc. 14:6).
El creciente número de contagiados
por el coronavirus en Chile y de miles de muertos en el mundo, causados
por la referida pandemia, llama a tomar en serio el Evangelio de la “certeza de vida eterna” en Cristo el Señor.
Sergio Liempi Marín. www.radiopelom.cl
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