Cristo el Señor dijo: “Y esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,
y a Jesucristo, a quien has enviado”. Jn.
17:3. (III).
Para
el cristianismo bíblico, la fe se encuentra estrechamente articulada con el
conocimiento. Y el Señor Jesucristo, al llegar al final de su Ministerio, y
siendo “la vida eterna” el propósito Divino central del Plan de Salvación por el que Él vino a este mundo; entonces, era el
momento de explicar cómo se adquiere y cómo
ésta puede establecer absolutamente el sentido superior de la existencia humana.
Existencia y vida nuestra, instalada como estamos en medio del transcurrir del
tiempo inexorable, el cual nos lleva –querámoslo o no- al natural proceso de la
vida aquí: nacimiento, crecimiento, desarrollo,
reproducción y muerte de todas
las especies, por supuesto, principalmente la nuestra.
Entonces, surge la pregunta común a toda la humanidad: ¿Qué hay después de esta vida? Es el
punto de partida de todas las religiones, aunque diferentes unas de otras, sin
embargo, “por debajo de esas diferencias, corre inconfundible la unidad de la
religión natural”, resultado ésta de la constante percepción de Dios; según observaciones
objetivas de las ciencias de la cultura.
Claro está que, en nuestro tiempo, hace rato que la religión perdió
importancia y valor intelectual. Los medios de comunicación, las instituciones
culturales, los intereses políticos y otros, en la modernidad; han desviado el
sentido de la vida humana hacia la diversión, recreación, múltiples
entretenciones, libertinajes, identidad de género, revoluciones etc. Pero ha
sido recién, desde el inicio del presente año 2020, que explotó la pandemia
coronavirus, cual si fuera una potente Bomba Atómica estallada allá en la
lejana China y cuyos efectos en breve tiempo, comenzó a extenderse y expandirse
a todas las naciones de todos los continentes.
Así, repentinamente nos encontramos en el frío terreno de “Lo Fatal” de
Rubén Darío: “Dichosa la piedra que no
siente, y más aún el árbol que es apenas sensitivo… y el espanto seguro de
estar mañana muertos, sin saber de
dónde venimos, ni a dónde vamos…” Pero después de XX siglos de la Era
Cristiana, “Lo Fatal” es sólo emocionalidad poética.
Hemos dicho y sostenemos que el Cristianismo o Evangelio de Cristo, yace
estrictamente relacionado con el conocimiento como factor de exactitud de todas
las cosas. Y lo de la “vida eterna”, no podía quedar al margen de una
definición suficiente y absoluta del significado exacto de lo que es; menos aún
en la doctrina o enseñanza del Maestro de maestros, Cristo el Señor. Por eso,
en su última Oración, Él dijo al Padre: “Y
esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado”. Significa entonces que nadie puede
alcanzar en esta vida la certeza de la “vida eterna”, sin conocer por las
Escrituras al “único Dios verdadero”. ¿Cómo? Leyendo la Biblia en tanto
registro de la “sabiduría y el poder de Dios” (Mr.12:24). Y nadie puede tener
“vida eterna” sin conocer a “Jesucristo el enviado de Dios”. ¿Cómo? Leyendo los
Evangelios donde, entre otras cosas, Él dice: “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” Jn.3:1-8. Por
este dato, dijo un filósofo: “Hay muchos
hombres que mueren, sin haber nacido”.
También dijo Jesús: “He aquí el reino de Dios está entre vosotros” Lc.17:21, o sea, el
reino de Dios es Él mismo; luego, creer en Jesucristo es ver y entrar al “reino
de Dios”, aquí y ahora; tal es el reino de la “vida eterna”, de la justicia,
del perdón y de la paz con Dios (Mt.6:33; Ro. 5:1).
Puesto que la esencia del Evangelio está
en la verdad absoluta de la vida eterna, y ésta depende del conocimiento personal
que cada cual tenga acerca de Dios y de Jesucristo; entonces, el que
cree, ya tiene vida eterna. Luego,
toda Institución humana con el nombre de Iglesia u otro, que se arrogue la
Autoridad de ser la única Verdad válida para todas las naciones, en el fondo, ignora
e invalida el Evangelio Eterno (Ap.14:6,7) en su efecto de “aptitud para la
herencia de los santos en luz”. Col.1:12.
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