El Señor dijo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que
el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna”. Jn. 3:14, 15. (II).
Después de su
Resurrección el Señor Jesús dijo a sus discípulos: “era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la
ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” Lc. 24:44. Y este suceso
histórico que el Señor cita en esta ocasión aplicándoselo a Sí mismo, se encuentra en el cuarto libro escrito por
Moisés, esto es, Números 21: 9: “Y Moisés
hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna
serpiente mordía a alguno, miraba a
la serpiente de bronce, y vivía”. Esto ocurrió como castigo al pueblo de
Israel porque murmuró contra Dios y Moisés, motivo por el cual “Jehová envió entre el pueblo serpientes
ardientes, que mordían al pueblo; y murió
mucho pueblo de Israel” vr. 6. Esta dura lección de aprendizaje sobre la necesaria
obediencia a Dios, mientras este pueblo iba en marcha hacia Canaán, la Tierra
Prometida; marcha que no era proyecto de Moisés, sino Plan y cumplimiento de
una Promesa de Dios hecha a Abraham (Gn.1:1-3).
Pero al
castigo Divino, le sigue también la
compasión y misericordia, cuando viene el arrepentimiento y se pide perdón: “Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo:
Hemos pecado por haber hablado contra Jehová, y contra ti; ruega a Jehová que
quite de nosotros estas serpientes. Y
Moisés oró por el pueblo” vr. 7. La respuesta de Dios a esa oración fue: “Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre
una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá” vr.8. Bien claro, esta fue una solución expresa de
Dios para una contingencia específica frente a una realidad específica. Cumplida
su finalidad, aquella virtud sanadora y restauradora simbolizada en aquella
figura de una serpiente de bronce, esa virtud desapareció. Ya no era útil para
nada. Además, ya estaba el mandamiento: “No te harás imagen, ni ninguna
semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las
aguas debajo de la tierra” Ex. 20:4.
Queda claro -por la
referencia a este símbolo antiguo citado por Jesús mismo- el hecho de que la
Biblia se interpreta con la Biblia, o sea, que las verdades y enseñanzas del
Nuevo Testamento se interpretan a la luz del Antiguo Testamento; y, aquellas
del Antiguo Testamento se entienden y se aplican a la luz del Nuevo Testamento.
Aquí Jesús
toma aquel suceso del Antiguo Testamento como un símbolo profético de lo que
sería una parte fundamental de su trayectoria Redentora en este mundo. Dice: “como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario
que el Hijo del Hombre sea levantado”; por cierto, no como un espectáculo
público, sino también con una expresa finalidad Redentora, Salvadora. ¿Cuál? “Para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Todos los pueblos, como Israel, aman la vida y quieren vivir sanos, seguros, en
paz. Dios guardó y conservó a éste, mayormente, mientras estuvieron dispuesto a
arrepentirse y clamar a Él. Sin duda, Dios ha guardado y conservado hasta hoy a
todos los pueblos y naciones de la humanidad, a pesar de sus ídolos y/o ateísmos.
Pero Jesús, al centro
de toda la humanidad, declara y quiere algo más que la temporal vida física de
las naciones. Invita a creer en Él, para que tengan “vida eterna” y ésta, más
allá de la temporalidad de la vida biológica en este mundo. Y dice más: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”
Jn.12:32. Está aludiendo a su muerte de Cruz en que sería levantado en el
Calvario. Los judíos miraron un símbolo de metal, y vivieron; las naciones y
sus hombres de hoy están llamados al arrepentimiento ante el Cristo Resucitado,
“el único Mediador” ante Dios, para que, creyendo, alcancen la certeza de la “Vida
Eterna”.
Sergio Liempi Marín. www.radiopelom.cl.
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