Nunca en la historia universal se había dado una situación de
preocupación y temor tan generalizado ante la muerte como ahora en nuestro
presente siglo XXI. Esto, de manera simultánea a nivel de continentes y
naciones. Pues, de un extremo a otro del mundo, estamos atentos por saber cuál
es la cantidad de muertos ocurridos diariamente en tal o cual nación de Asia,
África, Europa, América y Oceanía. Al parecer, hemos ingresado a una época
apocalíptica de ruina, confusión, destrucción y muerte causado por un poder asesino invisible llamado
coronavirus.
Desde este punto de vista, toda la humanidad
está de duelo, está de luto, por aquellos que repentinamente fueron llamados a
la eternidad dejando tras sí hogares sin padre, madre, hijos pequeños abandonados;
y todo cuanto se pueda decir de dolor, angustia y miseria ante una realidad
inimaginada como la que hoy azota al mundo.
Ante ello, nadie aquí puede
aparecer siendo un observador imparcial o indiferente como sentado en galería. ¿Qué
es esto? ¿Un proceso donde solo nos corresponde esperar nuestra hora? Exclamó
David, el salmista de la Biblia, al saber que lo perseguían para matarlo: “apenas hay un paso entre mí y la muerte” (1 Sam.20:3). Otro, de los tiempos modernos, dijo: “No me preocupé por nacer, tampoco me preocupo por morir”. Ambas expresiones,
sin embargo, tienen de común la clara conciencia de la realidad de la vida y de la muerte. Otro, valorando esta conciencia de sí, dijo: “Si el universo se viniera abajo, sólo el
hombre sería capaz de darse cuenta de que fue aplastado por él”.
En efecto, hoy es la humanidad entera la que
se da cuenta de su fragilidad universal y de que está pereciendo arrasada por
un poder incontrolable surgido del mundo natural. Entonces, no es solo el valor
de la vida orgánica la que sentimos que está pereciendo, sino el sentido
superior de la vida intelectual, vida racional, vida espiritual. Porque es esta
clase única de vida superior exclusiva de nuestra especie humana, la que nos
proyecta al futuro de nuestra propia muerte añadiéndole el presentimiento de que la vida consciente continúa más allá en otra
vida, por una parte; y, por otra, esta misma clase de vida racional y moral en
este mundo, insiste en demostrarnos que la ciencia y la tecnología -las
hermosas ciudades con sus hermosos edificios, autos, aviones, barcos, y sus
productos electromagnéticos: Radio, TV, Internet- confirman categóricamente que
nuestra actual vida racional y moral es
real, en tanto poder creativo expresado en la aparición evidente, objetiva,
de una segunda naturaleza que cubre hoy la superficie del Planeta que
habitamos: la Tierra, y ésta, con sus tres cuartas partes de aguas, por lo que
tenemos un permanente cielo azul, promesa de suficiente oxígeno para nuestra
vida terrenal, junto a la diversidad de otros seres vivientes.
Pero dijimos que este espanto
mundial ante la muerte, ocurre en el siglo XXI, que no es una fecha propia solo
de Europa y América, sino también de África, Asia y Oceanía; o sea, es una fecha
o cronología 2020 que abarca a todo el mundo. ¿Y esto, por qué? ¿Desde cuándo
se cuenta el siglo primero o desde cuándo el año 1? Desde el Nacimiento de
Cristo, que es el comienzo de la Era Cristiana. Y ¿Quién es Cristo? Es el Hijo de Dios, nacido de la
virgen María, engendrado no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad
de varón, sino de Dios. Anunciado por los profetas de Israel: “He aquí la virgen, concebirá, y dará a luz
un hijo, y llamará su Nombre Emanuel” Is.7:14, que significa: “Dios con nosotros” Mt.1:23. Al final de
su Ministerio en Galilea de los gentiles y en Jerusalén, Él dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en
la tierra” Mt. 28:18. Por eso dijo: “Yo
soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”
(Jn.14:6).
Téngase presente que ningún sabio o
filósofo, entre tantos que ha habido en el mundo, exigió jamás creer en él para
tener vida eterna. Sólo Cristo ofrece y da vida eterna hoy, porque Él es
Verdadero Dios y Verdadero Hombre, el que dijo: “No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve
muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén.” (Ap. 1:17, 18).
San Pablo dice: “Cristo es el que murió;
más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el
que también intercede por nosotros” (Ro. 8:34). Cree en Él, adóralo, dale
gracias. / SLM.
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